Crónica propia: "72 horas de turismo romano"
La partida hacia Fiumicino
Salimos, del cómodo y atractivo hogar. Subo al ascensor con la oscura y liviana valija, bajando hacia el estacionamiento de mi departamento. Al salir por la entrada el frío exterior recorre mi cuerpo, el viento atraviesa mis jeans calándome los huesos. Desventajas de la vestimenta requerida de mí, que como acompañante de tripulante me veo obligado a portar cual uniforme. Subo las valijas nerviosamente al auto, y me siento como acompañante listo para iniciar la travesía. El vehículo pierde velocidad al llegar cerca de la ciudadela, un accidente detiene nuestra travesía al aeropuerto.
Deben haber
chocado más adelante – supone mi madre luciendo su uniforme con orgullo.
El caos
parece ser eterno, el conjunto de automóviles hace que piense que sería más
simple recorrer la autopista caminando, pero al no ser posible me veo obligado
a esperar que el paso de hombre se pase rápido con la música de la radio. De
repente se reduce, nos separamos de la cargada autopista para llegar a la Richieri.
Todo el tráfico de los trabajadores volviendo a casa se separa de nosotros, al
encontrarnos en camino a Ezeiza, el aeropuerto desde el cual saldremos hacia
Roma.
Mis nervios
se hacen presentes, tres años sin viajar han hecho que pierda la costumbre.
Respiro profundamente al detenernos frente a la terminal C, nuevamente toca
bajar al helado exterior.
- Baja con las
valijas, yo vuelvo en un rato después de estacionar el auto en capacitación –
dice mi acompañante antes de subirse al auto y retirarse para estacionar.
- Permítame su
pasaporte – informa mientras levanta la mirada del monitor.
Se lo
entrego con voluntad y prosigo a acomodar mi valija para el pesaje de esta.
Tras unos momentos hablando por el teléfono, me devuelve sonriente la
documentación y me entrega el pasaje recién impreso. Fila 14 A, la fila de
emergencias que tiene el suficiente espacio para mis largas piernas,
permitiéndome tener un viaje tranquilo en la clase turista. En la parte
posterior del pasaje queda el único registro de mi equipaje, un sticker que
contiene la información mía, de mi vuelo a Italia y de un número de
identificación de mi equipaje.
Salgo de
allí y observo a la gente que hace fila a la espera de despachar sus equipajes
o se dirige hacia la puerta para ingresar a Migraciones. Emociones variadas
invaden el ambiente, felicidad y alegría, de los que parten; tristeza y
nostalgia, de los que ven partir a sus seres queridos partir. Alguna que otra
lagrima moja el suelo, sin embargo, ninguno parece estar negado al proceso
natural de las partidas.
Procedo a
concentrarme y esperar a mi madre, que tras media hora llega, permitiéndome
devolverle su valija y perder cierta responsabilidad.
- ¿Queres
esperarme o te vas a hacer migraciones? – cuestiona la tripulante tras
despachar su equipaje. Decido adelantarme, previendo la pesadilla que me
asecha. La extensa fila de Migraciones.
El primer
tramo de camino es simple, unos policías reciben mi pasaporte y mi tarjeta de
abordaje, comprobándolas con una simple mirada me permitirán acceder al segundo
control del aeropuerto. Posteriormente dejo mi mochila y mi campera en la cinta
para que sean mirados con rayos X, ojos preocupados controlan de que no lleve
algo inadecuado para el vuelo. Al no ser el caso, me permiten llegar a
Migraciones.
Migraciones
es la peor parte del viaje seguramente. Esta consiste una interminable fila de
personas de diferentes etnias, edades y géneros que se enfilan con el propósito
de dejar una pequeña marca en sus pasaportes. La larga fila por suerte se pasa
rápidamente al encontrarme ocupado. Un cartel azul con luces rojizas indica a
que estación dirigirse. Mi número es el 9, y me dirijo al mostrador con dicho
número donde un señor mayor recibe mi pasaporte. Me fotografían y toman mis
huellas dactilares a modo de comprobar la identidad. Tras informarle que viajo
como turista, me permite retirarme devolviéndome mi documentación, subo hacia
la planta alta para embarcarme en camino a la puerta 23, desde donde sale mi
vuelo.
Antes de
sentarme a lidiar con la media hora de espera que transcurrirá antes del
abordaje, me detengo a observar el Duty Free Shop. La necesidad impulsiva de
algunas personas de comprar antes de subirse al avión es algo que no comprendo.
Más aun sabiendo que es posible (según lo comprado) que te lo quiten al llegar
a tu destino. Supongo que simplemente soy una persona conformista que no llena
su alma con objetos.
Decido hacer
otra parada antes de acercarme a la puerta, sentarme frente a un enorme
cristal, que me separa a unos cuantos metros del vehículo que me llevara a mi
destino. El avión azul con unas letras blancas, en las cuales se lee aerolíneas
argentinas, se ve frente a mí. La iluminación me da una extraña ilusión óptica,
a pesar de saber que el exterior del avión se compone de metal, mi mente lo
hace ver como una figura de porcelana gigante. Trasciendo rápidamente mi
terror, al recordar mis viajes pasados y que simplemente son unas horas sobre
este vehículo.
Me acerco
finalmente a la puerta 23, que está en conjunto con la 22, para permitir el
flujo de pasajeros de manera más rauda. Frente a cada una de estas, hay un
mostrador con un cartel sobre este, se lee Roma-Fiumicino, mi destino. También
se ve la información sobre el vuelo, número y horario de salida, todos estos
datos concuerdan con el de mi pasaje. El “On Time” o en horario confirma que he
llegado temprano y asegura que mi espera sera breve.
El sonido de
los tacos y las valijas pequeñas llama mi atención, el piloto y las azafatas
traspasan la puerta. Se dirigen a chequear que lo necesario para el vuelo se
encuentre a bordo de la aeronave. Mi madre velozmente me saluda y se despide de
mi para seguir sus pasos.
Los
pasajeros esperan pacientemente en las sillas cercanas a la entrada. Algunos
llaman por teléfono, otros leen libros, pero todos esperan el llamado de la
recepción que da pie al tedioso proceso del embarque.
Los
trajeados recepcionistas colocan cintas que indican a los pasajeros por donde
entrar, sin embargo, es inútil ya que las personas se amontonaran rápidamente
frente a los espacios, comenzando una intensa fila. Los antes relajados
pasajeros, comenzaran a probarse como verdaderos alfas al colocarse lo antes
posible en un lugar. Claro que serán solo algunos y no todos los viajeros del
vuelo AR1140. Uno de los recepcionistas indicará y resolverá las dudas de los
pasajeros con prioridad de embarque. Se anunciará el embarque para los viajeros
que requieren asistencia o viajen con bebes (1-3 años) serán llamados para
abordar primero.
Tras esto en
el proceso de embarque deja notar los privilegios de un viajero habitual y
alguien que viaja de vacaciones o no tan seguido. El Sky Priority, una
membresía exclusiva de un grupo de aerolíneas permite a algunos pasar
rápidamente el chequeo de su pasaje, el capitalismo en su máxima expresión.
Mientras tanto el resto de los mortales, nos vemos obligados a colocarnos
desordenadamente frente a la entrada esperando que tras el embarque general nos
llamen por secciones o mejor dicho zonas. La zona 1 sera la primera e iremos
descendiendo, lentamente en orden hasta la zona 6, antes de que se cierre el
abordaje con el último llamado. Dicho llamado sera informado con un micrófono
el cual emitirá el mensaje dos veces, una en español y otra en inglés (cosa que
me hace valorar ser bilingüe y poder entender ambos). Mi zona es la numero 4,
eso quiere decir que me encuentro relativamente en el medio del llamado y de la
aeronave.
El proceso,
aunque tedioso y largo, fluye con cierto ritmo, permitiéndome intentar
relajarme un poco antes de subir al transporte. Tarea compleja por el constante
griterío de los niños, que juegan detrás de mi cómodo asiento. Por suerte una
solución surgirá, ya que mi espera es entretenida posteriormente por unas
quinceañeras que se quieren colar en el vuelo en vez de ir a Miami, para luego
terminar en Disney.
El vuelo y la llegada:
Se nos
informa que debemos usar barbijo durante el abordaje y gran parte del vuelo.
Tras ponerme mi propio barbijo, me pongo en la fila y tras una breve espera mi
pasaporte y pasaje son comprobados, una vez más antes de entrar al pasillo, que
me llevara a la entrada del avión. Una breve caminata me despierta lo
suficiente como para llegar la puerta, donde una breve espera que me aguarda. Ya
en la puerta, una de las azafatas me indicara donde debo ir para sentarme en mi
lugar. La fila 14 es un lugar ventajoso al brindarme espacio para estirar mis
pies, pero algo complejo, al encontrarme en donde debes descender en caso de
una emergencia. Logro sentarme en la espaciada fila, y observo como el resto de
los pasajeros sube a paso de hombre en camino a sus lugares en el avión. Miro a
mis alrededores, frente a mi hay una pantalla que me permite disfrutar de
entretenimiento a bordo y la ventana que me deja ver el exterior.
Mi
acompañante es agradable, un joven de 14 años que viaja a ver a su familia. Yo por
mi parte le explico torpemente el propósito de mi viaje, extendiendo brevemente
la charla hasta que nos sorprenden los anuncios. Estos informaran sobre las
medidas de seguridad y de cómo cuidarnos a bordo, siendo también acompañados
por unas imágenes en las pantallas frente a nosotros. Cosa que no ayuda a mis
nervios, al solo generarme preocupaciones. Luego el avión comienza a dirigirse
a la pista, desde la cual veloz y ruidosamente despegara.
Las luces de
los edificios comenzaran a alejarse de nosotros convirtiéndose en leves manchas
de color amarillento. El suelo y su lejanía hacen parecer, que las ciudades
pueden estar en la palma de mi mano, aunque todo esto se esfuma al comenzar a
viajar por el mar. El capitán nos informa que estamos a diez mil pies, pronto
llegamos a la altura crucero.
Tras la
cena, me dirijo a la cabina a saludar a los pilotos, cortesía natural al viajar
como acompañante de posta. Es una experiencia curiosa, la cabina está llena de
botones y diferentes controles que informan, indican y controlan el
funcionamiento del avión. Vuelvo a mi asiento, tras una breve charla con los
pilotos sobre mi vida, y me dispongo a intentar dormir, esto solo me permitirá
dormir unas pocas horas seguidas dejando de intentarlo cuando quedan 3 horas de
viaje restantes. Otra película y un desayuno ocuparan el resto de mi viaje
antes del aterrizaje.
El descenso
comienza sobre el mar, el capitán nos informa que nos encontramos a diez mil
pies. Primero se ve una leve división entre el mar y el cielo, dado que las
nubes blancas cubren el horizonte me resulta fácil diferenciarlos, sino sería
casi imperceptible la diferencia entre los tonos celestes que se ven a través
de mi ventana. Luego estamos sobre la tierra, las pequeñas casas cubren el
terreno de diferentes colores: amarillentos y verdes tonos que se exhiben sobre
el suelo italiano.
Finalmente
nos encontramos en tierra, se nos informa que debemos permanecer sentados y
mantener nuestra distancia. Nuevamente el sistema de llamado por zona es lo que
rige nuestra salida. Para mi fortuna logro salir rápido en búsqueda de evitar
el caos en Migraciones y, para mi buena fortuna, lo consigo. El agente italiano
me pregunta sobre mi estadía, y le informo el poco tiempo que estaré en Roma: 3
días. Extrañado me cuestiona porque es tan corta mi estadía en su tierra natal,
a lo que le explico mi situación como acompañante de la tripulación.
Una vez
sellado mi pasaporte me dirijo a la peor parte de la llegada, la espera por el
equipaje, que lentamente va cayendo sobre la cinta transportadora. Por suerte,
logro identificar correctamente mi valija y la de mi madre, las cuales llevo
hacia la salida acompañando a la recién llegada tripulación. Nos dirigimos
hacia el transporte, que nos llevara al hotel.
Todos los caminos llevan al hotel
Salimos
entonces al calor de los 30 grados del verano italiano. Mi camisa y jeans negros
absorben y multiplican la temperatura por mil, pero al subir al colectivo que
nos transportara, el aire acondicionado me permite sobrevivir.
La travesía
nos lleva a través del Racondo Anulare, hasta las afueras de Roma. Llegaremos a
Vía Aurelia Antica, en una calle tranquila con pocas propiedades. Aquí se alza
en el hotel donde realizare mi estadía, el Crown Plaza de San Peter`s. A pesar
de ser un hotel no es muy alto, tiene 5 pisos, los cuales se desparraman a lo
largo del predio, haciéndolo bastante ancho. Una recepción digna de un
superstar hollywoodense, recibe a un argentino de clase media como yo.
Agradezco en estos momentos las posibilidades que se me brindan gracias al
trabajo de otro.
El ascensor
nos permite acceder a la habitación 356, mi nuevo hogar por las próximas 48
horas. Dejo mi traje de sublo, y me preparo para disfrazarme de algo que no
soy… Un típico turista, listo para cambiar mi amarillenta remera, por una que
diga “I (corazón estampado) Roma”. Bajando a las 18 horas junto a mi
acompañante, logramos salir del hotel y caminar unas cuadras para tomar el
“Treni Línea A” en la estación de Cornelia. Sacamos los tickets que nos
permitirán movernos durante nuestra estadía. Al bajar me siento como en casa,
ya que una línea de subte grafiteada y algo sucia nos espera. En ese momento,
dudo de que estoy esperando, si el Treni A o la Línea B del subte de Buenos
Aires. Subimos y comenzamos a debatir a donde bajar, decidimos que deberíamos
pasear y ver algunas cosas antes de sentarnos a cenar.
Descendimos
en “Piazza Spagna”, un lugar bastante famoso donde está la sede de la embajada
española. Esta zona es un bastante popular para pasear y observar grandes
construcciones como la Iglesia “Trinità dei Monti”; la cual se ubica en la
parte superior de las escaleras de la plaza, que se utiliza en ocasiones para
realizar desfiles de moda. Algo que tras leerlo se me hace difícil de imaginar,
ya que la escalera se encuentra llena de turistas que la recorren. Sin embargo,
desde la parte inferior se aprecia una hermosa vista de la iglesia, que reduce
a turistas de mi altura, a simples hormigas. También se puede apreciar la bella
fuente que se sitúa a unos metros de la escalera y decora el centro de la
plaza. Esta fuente se la llama “Fontana della Barcaccia”, ya que su forma es
similar a una barca. En mi mente escritora esta se ve como una balsa abandonada
tras un naufragio, que poco a poco comienza a hundirse hacia el fondo del mar.
Tiempos
después de sacar unas cuantas fotografías, salimos hacia las pedradas callejuelas
observando la arquitectura. Hasta que llegamos a la Fontana di Trevi, es un
lugar icónico para los turistas y a pesar de ser tarde aún se encuentra
bastante ocupado. Decidimos seguir caminando, llegando a una calle donde hay varios
restaurantes y procedemos a sentarnos en uno de ellos. La pequeña mesa de
madera en el exterior me permite admirar como lentamente, mientras el sol va
desapareciendo, la iluminación va dándole un color precioso a la antigua
ciudad. El menú llega y decido pedirme unos ñoquis, al hacerlo me percato de
que nos hemos sentado entre unas yankees y unos rusos. Me rio al pensar con
cierto humor negro, que estoy en medio de una situación que varios años antes
hubiese sido conflictiva.
Tras la comida y unas cuantas vueltas llegamos a “Piazza del Popolo” una zona llamada así por haber sido un bosque de álamos cercano a la Tumba de Nerón. A pesar de seguir siendo un bosque nos encontrábamos en una situación problemática, tras perdernos el horario del último Treni no parecía haber forma de volver. Sin embargo, gracias a la amabilidad de unos recepcionistas de un hostel, llegamos nuevamente al hotel para descansar y recuperar energía para el próximo día. Una noche de varias vueltas me tiene sin dormir en un principio, pero finalmente mi cuerpo cede y me rindo cayendo en un dormitar profundo hasta la mañana siguiente.
Recorrido de Roma en un día
La mañana evidencia que no adapte correctamente mi sueño al horario
de Italia, ya que me levanto bastante tarde. Sin embargo, tras un rápido
desayuno estoy listo para salir, no sin antes agarrar mi herramienta de trabajo
de campo: el celular, para fotografiar los distintos lugares a los que voy.
Esta vez el
tour comienza en colectivo y vamos en dirección a “otro país”. Tras una media
hora llegamos a la Ciudad del Vaticano, uno de los seis microestados europeos y
el estado soberano más pequeño del mundo en población y extensión. El 20% de
esto será lo que veré hoy, la “Piazza San Pietro” y la “Basílica San Pietro”.
La plaza está rodeada por unas enormes columnas que forman un semicírculo, a su
vez la basílica se alinea con una calle que terminara en el Rio Tíber.
Tras bordear
el exterior de las murallas que separan el Vaticano de Italia, llegamos a la
entrada lateral de la Piazza San Pietro, desde donde saco mi primera fotografía
a modo de ayuda memoria. Al entrar me dirijo hacia el centro de la plaza,
refrescando mi cabeza con el agua que fluye de unas pequeñas canillas, donde la
mayoría de los turistas cargan sus botellas de aguas para refrescarse del
calor. Saco unas fotografías para exhibir en mis redes y algunas más de la
arquitectura del lugar. Luego disfruto de las vistas en la plaza, hasta que un
monumento que no habia visto antes llama mi atención. Se nota que este
monumento a los inmigrantes fue hecho tras la dada situación de inmigración
europea tras los conflictos de Siria y Ucrania. Aun así, la escultura metálica
representa una gran variedad de etnias, edades y géneros montados sobre una
enorme barca. Las expresiones son variadas y transmiten en mi la misma
sensación que las caras que vi al partir de Buenos Aires hacia Roma.
A pesar de
no tener muchos habitantes, la circulación de turistas hace que la Ciudad del
Vaticano sea bastante animada durante el día e incluso alguna sensación de caos.
Las filas para entrar a la Basílica San Pietro ocupa gran parte de la
escalinata y lleva la misma variedad de turistas que la estatua de los inmigrantes.
Se extienden en una longitud tremenda y que me sorprende al no querer
desperdiciar mi día estando 4 horas esperando para observar en 1 hora el
interior de la basílica. Por esto decido continuar con mi camino.
Antes de
seguir con el turismo típico, hacemos un desvío hacia un pequeño mercado de
ropa con precios desde 5 euros a 0,50. Decido comprar unas cosas para mí y
llevar algunos recuerdos para la familia. Me paro a pensar en cómo estoy justo
en la frontera de un estado, comprando unos pantalones.
Retomamos el
camino turístico, desde la Piazza San Pietro hacia el Tíber y el conocido
Castel Sant`Angelo. Conocido primero como el Mausoleo de Adriano, construido
bajo el encargo de un emperador romano como mausoleo para él y su familia. Este
sería renombrado tras una visión del Papa Gregorio I en donde el arcángel
Miguel en la cima del Mausoleo enfundando su espada. Esto llevara a que
posteriormente se coloque una estatua del arcángel Miguel, en la parte superior
del castillo.
Al llegar
observo la estructura con ojos incrédulos, esta estructura siempre me ha
llamado la atención. La estructura es bastante circular, y se llena de artistas
o vendedores de productos, mezclando perfectamente la antigüedad con la
modernidad. Caminamos por la peatonal que pasa por enfrente de la estructura
hacia el puente, en dirección al centro de la ciudad, nuevamente cumpliendo mi
rol de turista y fotografiándome. Las fotografías capturan la visión del lugar,
sin embargo, siempre considere que no logran transmitir todo lo que veo en este
sitio. El puente contiene antiguas estatuas de ángeles y un soldado romano, el
cual trata de convencer a los turistas de fotografiarlo. No considero que un
verdadero soldado romano actuase tan similar a un bufón de la edad media, pero
como no tengo una máquina del tiempo para comprobarlo me limito a continuar con
mi camino.
Siguiendo a
mi compañera de viaje, comienzo nuevamente a perderme en las empedradas calles
de la ciudad. Tras hidratarme en una canilla callejera, comienzo a pensar en cómo
el agua que bebo está limpia gracias al sistema de acueductos que tiene la
ciudad y como esta situación se da desde hace siglos antes de que yo pisase
Italia. El agua recorre en varia partes de Italia, los antiguos acueductos
construidos en la época del imperio romano, y son a su vez construcciones
históricas que decoran algunas ciudades, como Asís.
La caminata
terminara en el lugar conocido como Campo di Fiori, el antes prado de flores,
que hoy tiene un pequeño mercado de puestos de flores y frutas (incluso algunos
derivados alcohólicos, generalmente lemonchelos). Este es el lugar donde
decidimos detenernos para almorzar algo antes de continuar con nuestro camino. Al
no tener tanto hambre por haber desayunado bien, decido pedirme una entrada y
probar otro plato de la zona: la “Bruschetta”. Un pan con tomate y aceite, con
una ensalada que lo acompaña.
En el
almuerzo veo turistas argentinos, un hombre mayor con su mujer y sus tres hijos
almorzando en el mismo restaurante. Sin embargo, mis disfraz me hace ver más
como un turista estadounidense, así que la mayoría no me ve como un argentino.
Detalle que siempre me sorprende al siempre ser aproximado en ingles en vez de
español.
Después de
recargar energías llegamos a Piazza Navona un lugar donde, en la antigüedad,
los gladiadores y deportistas entretenían al Cesar. Hoy en día solo es una
plaza enorme llena de turistas fotografiando sus tres fuentes y la iglesia. Las
dos fuentes en las puntas son más pequeñas y tratan temas marinos (“Fontana di
Nettuno”, que representa a Neptuno luchando con unos leones marinos y rodeado
de cuatro nereidas que marcan los puntos cardinales; y “Fontana del Moro” en la
cual un “Moro” lucha contra un delfín rodeado de cuatro tritones). Aunque no se
comparan con los verdaderos puntos de interés de los turistas. Primero la
“Fontana dei Quattro Fiumi”, una enorme fuente central donde cuatro hombres
enormes que personifican los grandes ríos de los continentes: el Nilo, el Rio
de la Plata, el Danubio y el Ganges. Sobre estos se alza una copia romana de un
obelisco egipcio. Y luego la Iglesia “Sant`Agnese in Agone” por su preciosa
fachada, en búsqueda de rememorar como la Santa Inés seria cubierta con sus
propios cabellos para ocultar su desnudez según la leyenda.
Al llegar y
observar la estructura de la “Fontana dei Quattro Fiumi” me percato de un
interesante detalle, las estatuas en dirección a la Iglesia parecen tener
expresiones de terror.
Se dice que
el escultor de la fuente tenía una rivalidad con el arquitecto de la iglesia –
me informa mi madre al preguntarle al respecto – Es como si las estatuas
dijeran que horrible tu construcción.
Con más
profunda investigación descubro que son la estatua que representa al Rio de la
Plata, que tiene el brazo levantado y parece querer cubrirse del eventual
derrumbe del campanario; y la estatua del Nilo, que se cubriría el rostro para
no tener que verla. Aunque este hecho es algo anecdótico y dudoso, ya que la
fuente fue construida antes que la fachada de la Iglesia. Poéticamente podemos
pensar que el escultor logra representar, indirectamente, el miedo de los
nativos americanos y africanos a la colonización europea, bajo la imagen de la
iglesia y la corona como brindador de “conocimiento”. Aunque nada de esto es
comprobable, ya que se trata de simples interpretaciones de un argentino
vueltero.
¿Queres que
entremos a verlo? – pregunta mi madre dado que técnicamente estoy dirigiendo la
excursión. A pesar de lo interesante que sería ver el interior de la estructura
circular, decido abstenerme ya que no quiero hacer fila para estar dentro del
edificio 1 o 2 horas. – Bueno entonces vayamos a buscar “el agua” y seguimos.
Nos
desviamos nuevamente del típico camino para hacer otra parada poco común, la
“Chiesa di Santa María in Via” una pequeña iglesia que mi madre suele visitar cuando viaja a Roma por trabajo. Aquí no
hay mucho que ver de lo arquitectónico, pero se dice que allí se puede obtener
agua bendecida por la Virgen del Pozo “la patrona de los que sufren depresión”
según he leído por internet. Entonces siempre que puede mi madre, viene a
llenar una botella con esta agua y agradece por su bendición. Por mi parte,
decido acompañarla y probar de beberla durante unos días cuando llegue a Buenos
Aires.
Tras esta
breve escala nos dirigimos hacia la Fontana di Trevi. La bella estatua de
Poseidón parado detrás de unos caballos se exhibe sobre una roca, que actúa de
pequeña caída del agua. Lo más llamativo del lugar, no es tanto la estructura y
los turistas que rebalsan en la zona, sino la leyenda tradicional que hace que
este lugar se llene de monedas. La leyenda dice que si tiras una moneda en la
fuente te aseguras tu regreso a Roma, si tiras dos te aseguras un nuevo romance
y tres te dan un matrimonio o un divorcio.
Procedo a seguir mi costumbre de lanzar una moneda al agua, y sacar unas fotos antes de que el caos de turistas me agobie y decida retirarme. Supongo que volveré a la ciudad en otro momento, dado que todas las veces que he ido he tirado una moneda en la fuente. Aunque sé que las monedas que se lanzan serán aspiradas y quitadas de la fuente, ya que si no habría una cantidad impresionante de monedas cubriendo la estatua. Solo con pensar en una por cada turista que está en el lugar, serian probablemente suficientes como para comprar un departamento monoambiente.
A pesar de
cumplir con dos “costumbres”, me pierdo de un lugar que me disfruto mucho
visitar: la juguetería “Bartolucci”. Lo que siempre me ha llamado la atención
de esta antigua maderera, es la enorme motocicleta tamaño real hecha
completamente de madera. Siempre me he imaginado montado sobre esta moto
recorriendo la ciudad, aunque con los años me he percatado de que solo sería hacer
esfuerzo, empujando la madera pesadísima por el empedrado. Este lugar también
es conocido como la tienda de “Pinocho”, ya que este lugar de más de 500 años
de antigüedad es donde se dice que se origina la historia. El protagonista del
cuento tiene un representante de madera sentado en una silla, que sonríe a los
visitantes cuando llegan y les da una muy buena foto para sus recuerdos.
Continuo mi camino lamentando no haberme sacado una fotografía en ese lugar y
solo rememorándolo.
Al estar en
la zona céntrica se comienzan a ver los transportes de turistas más típicos de
Europa, los hop-on hop-off. Estos colectivos con guías de audio son la perfecta
opción para hacer lo que hice durante el viaje (sin hacer ejercicio). Aunque
también se pueden pagar a guías o conseguir audio guías para poder recorrer la
ciudad, teniendo así más información de la que una persona promedio podría
obtener. Sin embargo, mi costumbre de ir descubriendo las cosas por mi cuenta
es el tipo de turismo que más disfruto siendo sincero.
Camino por
la parte menos cargada de edificaciones en la ciudad y agradezco que ya
comience a ser la tarde, el calor del día comienza a bajar poco a poco. Las
vueltas que hemos dado nos llevan hacia el “Monumento Nazionale a Vittorio
Emanuele II”, un monumento conmemorativo en honor al primer rey de la Italia unificada.
Su construcción en algún extraño sentido me hace pensar en la casa blanca de
Washington; sin embargo, la enorme estatua que se alza frente a la blanca estructura
lo diferencia fuertemente.
Giro hacia
la izquierda del monumento para comenzar mi camino hacia la denominada
maravilla del mundo antiguo. Pero antes de eso observo algunas cosas
interesantes: La columna de Trajano, la primera expresión de arte romano creado
autónomamente para celebrar la conquista de la actual Rumania (Dacia); El foro
Romano, donde se ve como las diferentes civilizaciones se construían una encima
de la otra; y el foro de Augusto, como una extensión de los otros dos foros
(Romano y del Cesar) en busca de poder proporcionar espacio para los
procedimientos legales que saturaban a los anteriores.
Personalmente,
la columna de Trajano se me destaca por como parece un espiral que nace del
suelo formando una columna y deja ver una pequeña plataforma bajo la estatua
que la corona. Se dice que una bella vista del lugar se logra desde ese punto,
sin embargo, con la construcción de una nueva línea de Treni se obstruye un
poco lo bello.
Por otro
lado, los foros me hacen percatarme de que los romanos no eran tan distintos a
nosotros a la hora de debatir sus problemas. Sus lugares de debate, los foros,
les permitían conversar sobre sus ideas, hasta que llegaba el tiempo de
enterrar la civilización antigua y crear una nueva sobre los cimientos de la
anterior, debatiendo nuevas ideas. Hoy nosotros comenzamos a utilizar una red,
en donde nos comunicamos y expresamos nuestras ideas; hasta que esta se vuelve
anticuada y nos trasladamos a una más moderna donde podemos expresar nuestras
ideas de manera diferente. Aunque a diferencia de los romanos, tenemos una
ventaja crucial que ellos no poseían: el anonimato.
Finalmente,
tras admirar estas estructuras continuo mi camino, observando como diferentes
estatuas de algunos Cesares se alzan en las veredas. Algo de mucha importancia
para el lugar, al cual nos dirigimos. El Coliseo Romano, famosa maravilla del
mundo antiguo y conocido lugar de entretenimiento para las sociedades antiguas.
Su estructura circular, es cubierta por unos enormes maderas que indican la
construcción del subte. La modernidad unida con la antigüedad en la proximidad
de unos metros. Esta edificación es curiosa y aterradora.
La
arquitectura es algo que siempre me ha sorprendido en las culturas antiguas,
aunque supongo que tener miles de esclavos bajo el comando de una persona
facilita el proceso de transporte en una época sin automotriz. Por otra parte,
un escalofrío invade mi cuerpo al pensar en todos los combatientes caídos en un
lugar como este. Pero, el detalle más impresionante es que, a pesar de que el
imperio romano haya caído, el uso del Coliseo siga siendo llenarse de personas;
aunque el entretenimiento interior haya cambiado a uno más apto para todo
público.
Subo poco a
poco hacia mi siguiente destino. De una tumba gigantesca a una más pequeña, el
Moisés de Miguel Ángel. Tumba encargada a Miguel Ángel por el papa Julio II, la
cual casi 30 años después de la muerte del papa seria entregada. La figura
central de Moisés hecha en mármol posee, como es usual en las obras de Miguel
Ángel un lujo de detalles impresionante (su mayor expresión se verá en cómo se
genera en los iris que son a penas perceptibles a una gran distancia, pero al
acercarse lo suficiente se pueden ver marcados en la estructura).
La
brillantes del pulido mármol, me maravilla, aunque no siento que la oscura
iluminación de la iglesia lo deje brillar en su máxima expresión. Y a pesar de
haber venido a ver dicha estructura, me concentro en un detallada estatua del
exterior que muestra la imagen de un hombre desnudo cubriéndose la cara y
cruzado de piernas. El detalle de la figura más la oscuridad de la situación se
ven potenciados en el color negro de la propia estatua. Una expresividad mucho más
clara que la del Moisés que parece simplemente ignorar que se “sienta” sobre un
difunto.
- ¿Paramos a
merendar algo, así descanso un poco y vemos de mirar como organizamos la
vuelta? – pregunta mi acompañante mientras descendemos nuevamente en dirección
al Coliseo. Asiento con la cabeza y terminamos sentados en un deck que hay
sobre la vereda observando la maravilla del mundo antiguo alzándose frente a
mis ojos.
Tras volver
sobre nuestros pasos llegamos nuevamente a “Piazza Venecia”, la cual es el
lugar donde las cinco calles principales de la ciudad se unen. Si la famosa
frase es todos los caminos llevan a Roma, pues podríamos decir que las calles
centrales nos llevaran siempre a “Piazza Venecia”. Y se encuentra situada a los
pies de la colina capitolina, que tras caminar unos metros muestra una enorme
escalinata, con dos enormes leones egipcios sé puede vislumbrar y al acercarme
observo que lleva a la parte superior de la colina.
A pesar de
no subir a la “Piazza del Campidoglio”, vago recuerdos de la parte superior de
la colina capitolina circulan por mi mente. Sin embargo, dos razones hacen que
no me interese en subir. La primera es que mi acompañante desea cuidarse un
poco ya que su rodilla no está en el mejor estado, y la segunda es que no se
encuentra entre lo mejor que ha hecho Miguel Ángel Buonarotti por la cultura
italiana. Aunque si lamento no poder sacar una fotografía de la estatua de
Bronce de la Luperca, la cual representa a los jóvenes Rómulo y Remo
amamantándose de la leche de “La Loba”. La Luperca me hace pensar en lo épico
de dicho relato, algo que generalmente me fascina y emociona, hasta que mi
mente escritora se pone critica de cómo de posible es el relato o los hechos
que se cuentan.
El camino
continua y llegamos hacia el “Teatro di Marcello”, uno de los primeros espacios
escénicos permanentes de la capital. Su estructura circular es bastante
interesante, ya que ha sido restaurado muchas veces tras algunos incendios. Posteriormente
a su construcción el teatro también sería usado como fortaleza en la Edad Media
al encontrarse cerca del rio.
El lugar
solo me llena de recuerdos, pues en mis anteriores viajes siempre iniciaba el
paseo por la ciudad desde este punto. El colectivo nos dejaba en frente y desde
allí nos dirigíamos hacia el coliseo o el centro de la ciudad. Contrario a mi
antiguo yo, camino en dirección al rio para encaminarme hacia los últimos
puntos que visitare en el día.
Llegando
hacia el rio descubro la “Bocca de la Veritta”. Una antigua mascara de mármol
en una pared con forma de un hombre barbudo, el cual tiene huecos en sus ojos,
nariz y boca (posiblemente una representación de Poseidón). En este lugar,
según la leyenda, se dice que se comprobaba si decías la verdad; ya que, si
colocabas tu mano en el hueco de la boca y mentías, perderías tu mano al
instante. Para mi fortuna solo logro verla desde el exterior, porque el
edificio donde se encuentra está cerrado.
Debato
posteriormente con mi madre, qué tan chismosos deberían ser los romanos. Porque
siendo sincero, estoy bastante convencido de que tras esa mascara de mármol
habia una habitación donde alguien se escondía y cortaban manos según los
rumores de la ciudad. Así que supongo se debería cultivar una manipulación de
la información, si deseabas que tus enemigos quedasen mancos.
El día de turismo me lleva a bajar a bordear el rio, me relaja que el agua clara fluya
frente a mis ojos. En medio de este rio hay una pequeña isla donde se puede
comer y en donde hay varios eventos culturales. Se llama la “Isola Tiberina” y
alberga el templo de Esculapio un dios romano de la medicina. Esta isla corta
el rio Tíber en dos y siempre me ha parecido que tiene una forma similar a un
ojo. Lo que llama mi atención al pasar por en medio de la isla, es que se
promociona un festival de cine llamado “Isola del cinema”. Me parece ingenioso
el uso de palabras para el festival, más siendo que se trata de la 26va edición
de este.
Finalizo mi
día volviendo con mi acompañante en dos colectivos que nos llevan al hotel a
descansar. Lo que me sorprende es el tamaño del transporte, ya que es bastante más
pequeño a mi parecer que los que se encuentran en Buenos Aires. El simple hecho
de que lo pueda recorrer completo en aproximadamente 6/7 pasos largos me hace
reflexionar. Pero lo más confuso de este transporte no es el tamaño de este,
sino que los colores de exterior son similares entre tres líneas diferentes,
así que miro detenidamente el frente del transporte para asegurarme de que me
tome el correcto antes de subirme.
Mi plan de
cenar una buena pizza italiana se ve frustrado, al percatarnos de que el
restaurante cerca del hotel solo acepta reservaciones. Cumplo con mi disfraz de
turista yankee, entrando al restaurante en el hotel y pidiéndome una
hamburguesa para cenar. Tras la cena subo a la habitación y me recuesto en la
cama. Mis pies están destrozados, ya que el sedentarismo habitual no me da un
buen estado en forma como para hacerme 22 kilómetros a la ligera. Sin embargo,
tras acomodarme y dormir bien me levanto energizado.
Regreso al hogar
El día de la
vuelta llega monto mi equipaje nuevamente en un colectivo, que nos deja en el
aeropuerto de Fiumicino. El proceso de pesar mi valija es rápido y comienzo a
dirigirme hacia el chequeo del equipaje que llevare a bordo. En este caso, lo
interesante es que además de mi mochila y mi buzo; debo dejar mis zapatos en la
cinta transportadora. Esto lleva a cruzar un detector de metales descalzo, pero
me viene bien para no estar tan acalorado.
Migraciones
por suerte se pasa volando, ya que no hay tantas personas porque el lugar es
mucho más espacioso y amplio. Llegando tras un breve chequeo de mi identidad el
segundo sello se pone en mi pasaje, me permite irme en dirección a la puerta de
partida de mi vuelo. Pero antes de eso tengo que traspasar el Duty Free Shop,
que en este aeropuerto debes atravesarlo por el medio para llegar a las
terminales y no solo eso tienes que atravesarlo, sino que además al salir no
sabes si te encuentras en Fiumicino o en Unicenter porque en ambos pisos hay
negocios de ropa, de comida y de revistas como para aburrirse.
Ignoro eso y
me voy a la puerta para repetir el proceso del viaje para volver. A pesar de la
necesidad de hacer una declaración jurada nunca me es reclamada, así que, tras
recuperar mis valijas al llegar a Buenos Aires, me puedo ir a casa
tranquilamente a retomar mi vida “normal”.
R.A.MONSERRAT
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