Crónica propia: "72 horas de turismo romano"

La partida hacia Fiumicino

Salimos, del cómodo y atractivo hogar. Subo al ascensor con la oscura y liviana valija, bajando hacia el estacionamiento de mi departamento. Al salir por la entrada el frío exterior recorre mi cuerpo, el viento atraviesa mis jeans calándome los huesos. Desventajas de la vestimenta requerida de mí, que como acompañante de tripulante me veo obligado a portar cual uniforme. Subo las valijas nerviosamente al auto, y me siento como acompañante listo para iniciar la travesía. El vehículo pierde velocidad al llegar cerca de la ciudadela, un accidente detiene nuestra travesía al aeropuerto.

Deben haber chocado más adelante – supone mi madre luciendo su uniforme con orgullo.

El caos parece ser eterno, el conjunto de automóviles hace que piense que sería más simple recorrer la autopista caminando, pero al no ser posible me veo obligado a esperar que el paso de hombre se pase rápido con la música de la radio. De repente se reduce, nos separamos de la cargada autopista para llegar a la Richieri. Todo el tráfico de los trabajadores volviendo a casa se separa de nosotros, al encontrarnos en camino a Ezeiza, el aeropuerto desde el cual saldremos hacia Roma.

Mis nervios se hacen presentes, tres años sin viajar han hecho que pierda la costumbre. Respiro profundamente al detenernos frente a la terminal C, nuevamente toca bajar al helado exterior.

- Baja con las valijas, yo vuelvo en un rato después de estacionar el auto en capacitación – dice mi acompañante antes de subirse al auto y retirarse para estacionar.


Entro a través de las puertas de cristal, sigo el camino hacia donde me recibe un muchacho con camisa y un pin de aerolíneas. Le informo mi estado de "Acompañante de posta". Me indica que debo seguir hasta el mostrador número 1, sobre el cual se lee Crew y una amable mujer me recibe. Le informo que viajo a Roma con un pasaje de plaza confirmada.

- Permítame su pasaporte – informa mientras levanta la mirada del monitor.

Se lo entrego con voluntad y prosigo a acomodar mi valija para el pesaje de esta. Tras unos momentos hablando por el teléfono, me devuelve sonriente la documentación y me entrega el pasaje recién impreso. Fila 14 A, la fila de emergencias que tiene el suficiente espacio para mis largas piernas, permitiéndome tener un viaje tranquilo en la clase turista. En la parte posterior del pasaje queda el único registro de mi equipaje, un sticker que contiene la información mía, de mi vuelo a Italia y de un número de identificación de mi equipaje.

Salgo de allí y observo a la gente que hace fila a la espera de despachar sus equipajes o se dirige hacia la puerta para ingresar a Migraciones. Emociones variadas invaden el ambiente, felicidad y alegría, de los que parten; tristeza y nostalgia, de los que ven partir a sus seres queridos partir. Alguna que otra lagrima moja el suelo, sin embargo, ninguno parece estar negado al proceso natural de las partidas.

         

Procedo a concentrarme y esperar a mi madre, que tras media hora llega, permitiéndome devolverle su valija y perder cierta responsabilidad.

- ¿Queres esperarme o te vas a hacer migraciones? – cuestiona la tripulante tras despachar su equipaje. Decido adelantarme, previendo la pesadilla que me asecha. La extensa fila de Migraciones.

El primer tramo de camino es simple, unos policías reciben mi pasaporte y mi tarjeta de abordaje, comprobándolas con una simple mirada me permitirán acceder al segundo control del aeropuerto. Posteriormente dejo mi mochila y mi campera en la cinta para que sean mirados con rayos X, ojos preocupados controlan de que no lleve algo inadecuado para el vuelo. Al no ser el caso, me permiten llegar a Migraciones.

Migraciones es la peor parte del viaje seguramente. Esta consiste una interminable fila de personas de diferentes etnias, edades y géneros que se enfilan con el propósito de dejar una pequeña marca en sus pasaportes. La larga fila por suerte se pasa rápidamente al encontrarme ocupado. Un cartel azul con luces rojizas indica a que estación dirigirse. Mi número es el 9, y me dirijo al mostrador con dicho número donde un señor mayor recibe mi pasaporte. Me fotografían y toman mis huellas dactilares a modo de comprobar la identidad. Tras informarle que viajo como turista, me permite retirarme devolviéndome mi documentación, subo hacia la planta alta para embarcarme en camino a la puerta 23, desde donde sale mi vuelo.

Antes de sentarme a lidiar con la media hora de espera que transcurrirá antes del abordaje, me detengo a observar el Duty Free Shop. La necesidad impulsiva de algunas personas de comprar antes de subirse al avión es algo que no comprendo. Más aun sabiendo que es posible (según lo comprado) que te lo quiten al llegar a tu destino. Supongo que simplemente soy una persona conformista que no llena su alma con objetos.

Decido hacer otra parada antes de acercarme a la puerta, sentarme frente a un enorme cristal, que me separa a unos cuantos metros del vehículo que me llevara a mi destino. El avión azul con unas letras blancas, en las cuales se lee aerolíneas argentinas, se ve frente a mí. La iluminación me da una extraña ilusión óptica, a pesar de saber que el exterior del avión se compone de metal, mi mente lo hace ver como una figura de porcelana gigante. Trasciendo rápidamente mi terror, al recordar mis viajes pasados y que simplemente son unas horas sobre este vehículo.

Me acerco finalmente a la puerta 23, que está en conjunto con la 22, para permitir el flujo de pasajeros de manera más rauda. Frente a cada una de estas, hay un mostrador con un cartel sobre este, se lee Roma-Fiumicino, mi destino. También se ve la información sobre el vuelo, número y horario de salida, todos estos datos concuerdan con el de mi pasaje. El “On Time” o en horario confirma que he llegado temprano y asegura que mi espera sera breve.

El sonido de los tacos y las valijas pequeñas llama mi atención, el piloto y las azafatas traspasan la puerta. Se dirigen a chequear que lo necesario para el vuelo se encuentre a bordo de la aeronave. Mi madre velozmente me saluda y se despide de mi para seguir sus pasos.

Los pasajeros esperan pacientemente en las sillas cercanas a la entrada. Algunos llaman por teléfono, otros leen libros, pero todos esperan el llamado de la recepción que da pie al tedioso proceso del embarque.

Los trajeados recepcionistas colocan cintas que indican a los pasajeros por donde entrar, sin embargo, es inútil ya que las personas se amontonaran rápidamente frente a los espacios, comenzando una intensa fila. Los antes relajados pasajeros, comenzaran a probarse como verdaderos alfas al colocarse lo antes posible en un lugar. Claro que serán solo algunos y no todos los viajeros del vuelo AR1140. Uno de los recepcionistas indicará y resolverá las dudas de los pasajeros con prioridad de embarque. Se anunciará el embarque para los viajeros que requieren asistencia o viajen con bebes (1-3 años) serán llamados para abordar primero.

Tras esto en el proceso de embarque deja notar los privilegios de un viajero habitual y alguien que viaja de vacaciones o no tan seguido. El Sky Priority, una membresía exclusiva de un grupo de aerolíneas permite a algunos pasar rápidamente el chequeo de su pasaje, el capitalismo en su máxima expresión. Mientras tanto el resto de los mortales, nos vemos obligados a colocarnos desordenadamente frente a la entrada esperando que tras el embarque general nos llamen por secciones o mejor dicho zonas. La zona 1 sera la primera e iremos descendiendo, lentamente en orden hasta la zona 6, antes de que se cierre el abordaje con el último llamado. Dicho llamado sera informado con un micrófono el cual emitirá el mensaje dos veces, una en español y otra en inglés (cosa que me hace valorar ser bilingüe y poder entender ambos). Mi zona es la numero 4, eso quiere decir que me encuentro relativamente en el medio del llamado y de la aeronave.

El proceso, aunque tedioso y largo, fluye con cierto ritmo, permitiéndome intentar relajarme un poco antes de subir al transporte. Tarea compleja por el constante griterío de los niños, que juegan detrás de mi cómodo asiento. Por suerte una solución surgirá, ya que mi espera es entretenida posteriormente por unas quinceañeras que se quieren colar en el vuelo en vez de ir a Miami, para luego terminar en Disney.

El vuelo y la llegada:

Se nos informa que debemos usar barbijo durante el abordaje y gran parte del vuelo. Tras ponerme mi propio barbijo, me pongo en la fila y tras una breve espera mi pasaporte y pasaje son comprobados, una vez más antes de entrar al pasillo, que me llevara a la entrada del avión. Una breve caminata me despierta lo suficiente como para llegar la puerta, donde una breve espera que me aguarda. Ya en la puerta, una de las azafatas me indicara donde debo ir para sentarme en mi lugar. La fila 14 es un lugar ventajoso al brindarme espacio para estirar mis pies, pero algo complejo, al encontrarme en donde debes descender en caso de una emergencia. Logro sentarme en la espaciada fila, y observo como el resto de los pasajeros sube a paso de hombre en camino a sus lugares en el avión. Miro a mis alrededores, frente a mi hay una pantalla que me permite disfrutar de entretenimiento a bordo y la ventana que me deja ver el exterior.

Mi acompañante es agradable, un joven de 14 años que viaja a ver a su familia. Yo por mi parte le explico torpemente el propósito de mi viaje, extendiendo brevemente la charla hasta que nos sorprenden los anuncios. Estos informaran sobre las medidas de seguridad y de cómo cuidarnos a bordo, siendo también acompañados por unas imágenes en las pantallas frente a nosotros. Cosa que no ayuda a mis nervios, al solo generarme preocupaciones. Luego el avión comienza a dirigirse a la pista, desde la cual veloz y ruidosamente despegara.

Las luces de los edificios comenzaran a alejarse de nosotros convirtiéndose en leves manchas de color amarillento. El suelo y su lejanía hacen parecer, que las ciudades pueden estar en la palma de mi mano, aunque todo esto se esfuma al comenzar a viajar por el mar. El capitán nos informa que estamos a diez mil pies, pronto llegamos a la altura crucero.


Prendo la pantalla para ver que me esperan 12 horas de vuelo, la selección de películas me permitirá disfrutar la gran parte del viaje. No sin antes tomarme unos segundos para preparar todo para dormir. Una película relaja mi pesadez y mis nervios, a pesar de los malos audífonos que permiten que un poco sonido surja en el oído, dejando que las canciones de “The Greatest Showman” me transportan a un mundo pacífico y al ras del suelo de nuevo. Ya que, a pesar de estar a más de 30000 pies sobre el suelo, la sensación de estar en un salón enorme me invade. Nos traen la cena, dado que ya estamos en la altura crucero. Disfruto mi cena, mientras continúo viendo la película ignorando completamente el exterior.

Tras la cena, me dirijo a la cabina a saludar a los pilotos, cortesía natural al viajar como acompañante de posta. Es una experiencia curiosa, la cabina está llena de botones y diferentes controles que informan, indican y controlan el funcionamiento del avión. Vuelvo a mi asiento, tras una breve charla con los pilotos sobre mi vida, y me dispongo a intentar dormir, esto solo me permitirá dormir unas pocas horas seguidas dejando de intentarlo cuando quedan 3 horas de viaje restantes. Otra película y un desayuno ocuparan el resto de mi viaje antes del aterrizaje.

El descenso comienza sobre el mar, el capitán nos informa que nos encontramos a diez mil pies. Primero se ve una leve división entre el mar y el cielo, dado que las nubes blancas cubren el horizonte me resulta fácil diferenciarlos, sino sería casi imperceptible la diferencia entre los tonos celestes que se ven a través de mi ventana. Luego estamos sobre la tierra, las pequeñas casas cubren el terreno de diferentes colores: amarillentos y verdes tonos que se exhiben sobre el suelo italiano.

Finalmente nos encontramos en tierra, se nos informa que debemos permanecer sentados y mantener nuestra distancia. Nuevamente el sistema de llamado por zona es lo que rige nuestra salida. Para mi fortuna logro salir rápido en búsqueda de evitar el caos en Migraciones y, para mi buena fortuna, lo consigo. El agente italiano me pregunta sobre mi estadía, y le informo el poco tiempo que estaré en Roma: 3 días. Extrañado me cuestiona porque es tan corta mi estadía en su tierra natal, a lo que le explico mi situación como acompañante de la tripulación.

Una vez sellado mi pasaporte me dirijo a la peor parte de la llegada, la espera por el equipaje, que lentamente va cayendo sobre la cinta transportadora. Por suerte, logro identificar correctamente mi valija y la de mi madre, las cuales llevo hacia la salida acompañando a la recién llegada tripulación. Nos dirigimos hacia el transporte, que nos llevara al hotel.

Todos los caminos llevan al hotel

Salimos entonces al calor de los 30 grados del verano italiano. Mi camisa y jeans negros absorben y multiplican la temperatura por mil, pero al subir al colectivo que nos transportara, el aire acondicionado me permite sobrevivir.

La travesía nos lleva a través del Racondo Anulare, hasta las afueras de Roma. Llegaremos a Vía Aurelia Antica, en una calle tranquila con pocas propiedades. Aquí se alza en el hotel donde realizare mi estadía, el Crown Plaza de San Peter`s. A pesar de ser un hotel no es muy alto, tiene 5 pisos, los cuales se desparraman a lo largo del predio, haciéndolo bastante ancho. Una recepción digna de un superstar hollywoodense, recibe a un argentino de clase media como yo. Agradezco en estos momentos las posibilidades que se me brindan gracias al trabajo de otro.

El ascensor nos permite acceder a la habitación 356, mi nuevo hogar por las próximas 48 horas. Dejo mi traje de sublo, y me preparo para disfrazarme de algo que no soy… Un típico turista, listo para cambiar mi amarillenta remera, por una que diga “I (corazón estampado) Roma”. Bajando a las 18 horas junto a mi acompañante, logramos salir del hotel y caminar unas cuadras para tomar el “Treni Línea A” en la estación de Cornelia. Sacamos los tickets que nos permitirán movernos durante nuestra estadía. Al bajar me siento como en casa, ya que una línea de subte grafiteada y algo sucia nos espera. En ese momento, dudo de que estoy esperando, si el Treni A o la Línea B del subte de Buenos Aires. Subimos y comenzamos a debatir a donde bajar, decidimos que deberíamos pasear y ver algunas cosas antes de sentarnos a cenar.

Descendimos en “Piazza Spagna”, un lugar bastante famoso donde está la sede de la embajada española. Esta zona es un bastante popular para pasear y observar grandes construcciones como la Iglesia “Trinità dei Monti”; la cual se ubica en la parte superior de las escaleras de la plaza, que se utiliza en ocasiones para realizar desfiles de moda. Algo que tras leerlo se me hace difícil de imaginar, ya que la escalera se encuentra llena de turistas que la recorren. Sin embargo, desde la parte inferior se aprecia una hermosa vista de la iglesia, que reduce a turistas de mi altura, a simples hormigas. También se puede apreciar la bella fuente que se sitúa a unos metros de la escalera y decora el centro de la plaza. Esta fuente se la llama “Fontana della Barcaccia”, ya que su forma es similar a una barca. En mi mente escritora esta se ve como una balsa abandonada tras un naufragio, que poco a poco comienza a hundirse hacia el fondo del mar.

Tiempos después de sacar unas cuantas fotografías, salimos hacia las pedradas callejuelas observando la arquitectura. Hasta que llegamos a la Fontana di Trevi, es un lugar icónico para los turistas y a pesar de ser tarde aún se encuentra bastante ocupado. Decidimos seguir caminando, llegando a una calle donde hay varios restaurantes y procedemos a sentarnos en uno de ellos. La pequeña mesa de madera en el exterior me permite admirar como lentamente, mientras el sol va desapareciendo, la iluminación va dándole un color precioso a la antigua ciudad. El menú llega y decido pedirme unos ñoquis, al hacerlo me percato de que nos hemos sentado entre unas yankees y unos rusos. Me rio al pensar con cierto humor negro, que estoy en medio de una situación que varios años antes hubiese sido conflictiva.

Tras la comida y unas cuantas vueltas llegamos a “Piazza del Popolo” una zona llamada así por haber sido un bosque de álamos cercano a la Tumba de Nerón. A pesar de seguir siendo un bosque nos encontrábamos en una situación problemática, tras perdernos el horario del último Treni no parecía haber forma de volver. Sin embargo, gracias a la amabilidad de unos recepcionistas de un hostel, llegamos nuevamente al hotel para descansar y recuperar energía para el próximo día. Una noche de varias vueltas me tiene sin dormir en un principio, pero finalmente mi cuerpo cede y me rindo cayendo en un dormitar profundo hasta la mañana siguiente. 

Recorrido de Roma en un día

La mañana evidencia que no adapte correctamente mi sueño al horario de Italia, ya que me levanto bastante tarde. Sin embargo, tras un rápido desayuno estoy listo para salir, no sin antes agarrar mi herramienta de trabajo de campo: el celular, para fotografiar los distintos lugares a los que voy.

Esta vez el tour comienza en colectivo y vamos en dirección a “otro país”. Tras una media hora llegamos a la Ciudad del Vaticano, uno de los seis microestados europeos y el estado soberano más pequeño del mundo en población y extensión. El 20% de esto será lo que veré hoy, la “Piazza San Pietro” y la “Basílica San Pietro”. La plaza está rodeada por unas enormes columnas que forman un semicírculo, a su vez la basílica se alinea con una calle que terminara en el Rio Tíber.

Tras bordear el exterior de las murallas que separan el Vaticano de Italia, llegamos a la entrada lateral de la Piazza San Pietro, desde donde saco mi primera fotografía a modo de ayuda memoria. Al entrar me dirijo hacia el centro de la plaza, refrescando mi cabeza con el agua que fluye de unas pequeñas canillas, donde la mayoría de los turistas cargan sus botellas de aguas para refrescarse del calor. Saco unas fotografías para exhibir en mis redes y algunas más de la arquitectura del lugar. Luego disfruto de las vistas en la plaza, hasta que un monumento que no habia visto antes llama mi atención. Se nota que este monumento a los inmigrantes fue hecho tras la dada situación de inmigración europea tras los conflictos de Siria y Ucrania. Aun así, la escultura metálica representa una gran variedad de etnias, edades y géneros montados sobre una enorme barca. Las expresiones son variadas y transmiten en mi la misma sensación que las caras que vi al partir de Buenos Aires hacia Roma.

A pesar de no tener muchos habitantes, la circulación de turistas hace que la Ciudad del Vaticano sea bastante animada durante el día e incluso alguna sensación de caos. Las filas para entrar a la Basílica San Pietro ocupa gran parte de la escalinata y lleva la misma variedad de turistas que la estatua de los inmigrantes. Se extienden en una longitud tremenda y que me sorprende al no querer desperdiciar mi día estando 4 horas esperando para observar en 1 hora el interior de la basílica. Por esto decido continuar con mi camino.

Antes de seguir con el turismo típico, hacemos un desvío hacia un pequeño mercado de ropa con precios desde 5 euros a 0,50. Decido comprar unas cosas para mí y llevar algunos recuerdos para la familia. Me paro a pensar en cómo estoy justo en la frontera de un estado, comprando unos pantalones.

Retomamos el camino turístico, desde la Piazza San Pietro hacia el Tíber y el conocido Castel Sant`Angelo. Conocido primero como el Mausoleo de Adriano, construido bajo el encargo de un emperador romano como mausoleo para él y su familia. Este sería renombrado tras una visión del Papa Gregorio I en donde el arcángel Miguel en la cima del Mausoleo enfundando su espada. Esto llevara a que posteriormente se coloque una estatua del arcángel Miguel, en la parte superior del castillo.

Al llegar observo la estructura con ojos incrédulos, esta estructura siempre me ha llamado la atención. La estructura es bastante circular, y se llena de artistas o vendedores de productos, mezclando perfectamente la antigüedad con la modernidad. Caminamos por la peatonal que pasa por enfrente de la estructura hacia el puente, en dirección al centro de la ciudad, nuevamente cumpliendo mi rol de turista y fotografiándome. Las fotografías capturan la visión del lugar, sin embargo, siempre considere que no logran transmitir todo lo que veo en este sitio. El puente contiene antiguas estatuas de ángeles y un soldado romano, el cual trata de convencer a los turistas de fotografiarlo. No considero que un verdadero soldado romano actuase tan similar a un bufón de la edad media, pero como no tengo una máquina del tiempo para comprobarlo me limito a continuar con mi camino.

Siguiendo a mi compañera de viaje, comienzo nuevamente a perderme en las empedradas calles de la ciudad. Tras hidratarme en una canilla callejera, comienzo a pensar en cómo el agua que bebo está limpia gracias al sistema de acueductos que tiene la ciudad y como esta situación se da desde hace siglos antes de que yo pisase Italia. El agua recorre en varia partes de Italia, los antiguos acueductos construidos en la época del imperio romano, y son a su vez construcciones históricas que decoran algunas ciudades, como Asís.

La caminata terminara en el lugar conocido como Campo di Fiori, el antes prado de flores, que hoy tiene un pequeño mercado de puestos de flores y frutas (incluso algunos derivados alcohólicos, generalmente lemonchelos). Este es el lugar donde decidimos detenernos para almorzar algo antes de continuar con nuestro camino. Al no tener tanto hambre por haber desayunado bien, decido pedirme una entrada y probar otro plato de la zona: la “Bruschetta”. Un pan con tomate y aceite, con una ensalada que lo acompaña.

En el almuerzo veo turistas argentinos, un hombre mayor con su mujer y sus tres hijos almorzando en el mismo restaurante. Sin embargo, mis disfraz me hace ver más como un turista estadounidense, así que la mayoría no me ve como un argentino. Detalle que siempre me sorprende al siempre ser aproximado en ingles en vez de español.

Después de recargar energías llegamos a Piazza Navona un lugar donde, en la antigüedad, los gladiadores y deportistas entretenían al Cesar. Hoy en día solo es una plaza enorme llena de turistas fotografiando sus tres fuentes y la iglesia. Las dos fuentes en las puntas son más pequeñas y tratan temas marinos (“Fontana di Nettuno”, que representa a Neptuno luchando con unos leones marinos y rodeado de cuatro nereidas que marcan los puntos cardinales; y “Fontana del Moro” en la cual un “Moro” lucha contra un delfín rodeado de cuatro tritones). Aunque no se comparan con los verdaderos puntos de interés de los turistas. Primero la “Fontana dei Quattro Fiumi”, una enorme fuente central donde cuatro hombres enormes que personifican los grandes ríos de los continentes: el Nilo, el Rio de la Plata, el Danubio y el Ganges. Sobre estos se alza una copia romana de un obelisco egipcio. Y luego la Iglesia “Sant`Agnese in Agone” por su preciosa fachada, en búsqueda de rememorar como la Santa Inés seria cubierta con sus propios cabellos para ocultar su desnudez según la leyenda.

Al llegar y observar la estructura de la “Fontana dei Quattro Fiumi” me percato de un interesante detalle, las estatuas en dirección a la Iglesia parecen tener expresiones de terror.

Se dice que el escultor de la fuente tenía una rivalidad con el arquitecto de la iglesia – me informa mi madre al preguntarle al respecto – Es como si las estatuas dijeran que horrible tu construcción.

Con más profunda investigación descubro que son la estatua que representa al Rio de la Plata, que tiene el brazo levantado y parece querer cubrirse del eventual derrumbe del campanario; y la estatua del Nilo, que se cubriría el rostro para no tener que verla. Aunque este hecho es algo anecdótico y dudoso, ya que la fuente fue construida antes que la fachada de la Iglesia. Poéticamente podemos pensar que el escultor logra representar, indirectamente, el miedo de los nativos americanos y africanos a la colonización europea, bajo la imagen de la iglesia y la corona como brindador de “conocimiento”. Aunque nada de esto es comprobable, ya que se trata de simples interpretaciones de un argentino vueltero.


Seguimos nuestro camino hacia el Panteón de Agripa (o de Roma), su fecha de construcción es dudosa ya que se conservó la escritura antigua del templo que se habia quemado. Panteón procede del griego “Pantheion”, que significa “templo de todos los dioses”. Dato que al leerlo no me sorprende, ya que la mayoría de la cultura religiosa los romanos la “tomaron prestada” de los griegos. Sin embargo, Marco Agripa se lo apropia del edificio con la inscripción (M.AGRIPA.L.COS.TERTIVM.FECIT que se traduce como Marco Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez, (lo) hizo) dándole peso al poder político de este al ser el yerno, amigo y general del emperador Augusto.

¿Queres que entremos a verlo? – pregunta mi madre dado que técnicamente estoy dirigiendo la excursión. A pesar de lo interesante que sería ver el interior de la estructura circular, decido abstenerme ya que no quiero hacer fila para estar dentro del edificio 1 o 2 horas. – Bueno entonces vayamos a buscar “el agua” y seguimos.

Nos desviamos nuevamente del típico camino para hacer otra parada poco común, la “Chiesa di Santa María in Via” una pequeña iglesia que mi madre suele visitar cuando viaja a Roma por trabajo. Aquí no hay mucho que ver de lo arquitectónico, pero se dice que allí se puede obtener agua bendecida por la Virgen del Pozo “la patrona de los que sufren depresión” según he leído por internet. Entonces siempre que puede mi madre, viene a llenar una botella con esta agua y agradece por su bendición. Por mi parte, decido acompañarla y probar de beberla durante unos días cuando llegue a Buenos Aires.

Tras esta breve escala nos dirigimos hacia la Fontana di Trevi. La bella estatua de Poseidón parado detrás de unos caballos se exhibe sobre una roca, que actúa de pequeña caída del agua. Lo más llamativo del lugar, no es tanto la estructura y los turistas que rebalsan en la zona, sino la leyenda tradicional que hace que este lugar se llene de monedas. La leyenda dice que si tiras una moneda en la fuente te aseguras tu regreso a Roma, si tiras dos te aseguras un nuevo romance y tres te dan un matrimonio o un divorcio.

Procedo a seguir mi costumbre de lanzar una moneda al agua, y sacar unas fotos antes de que el caos de turistas me agobie y decida retirarme. Supongo que volveré a la ciudad en otro momento, dado que todas las veces que he ido he tirado una moneda en la fuente. Aunque sé que las monedas que se lanzan serán aspiradas y quitadas de la fuente, ya que si no habría una cantidad impresionante de monedas cubriendo la estatua. Solo con pensar en una por cada turista que está en el lugar, serian probablemente suficientes como para comprar un departamento monoambiente.

A pesar de cumplir con dos “costumbres”, me pierdo de un lugar que me disfruto mucho visitar: la juguetería “Bartolucci”. Lo que siempre me ha llamado la atención de esta antigua maderera, es la enorme motocicleta tamaño real hecha completamente de madera. Siempre me he imaginado montado sobre esta moto recorriendo la ciudad, aunque con los años me he percatado de que solo sería hacer esfuerzo, empujando la madera pesadísima por el empedrado. Este lugar también es conocido como la tienda de “Pinocho”, ya que este lugar de más de 500 años de antigüedad es donde se dice que se origina la historia. El protagonista del cuento tiene un representante de madera sentado en una silla, que sonríe a los visitantes cuando llegan y les da una muy buena foto para sus recuerdos. Continuo mi camino lamentando no haberme sacado una fotografía en ese lugar y solo rememorándolo.

Al estar en la zona céntrica se comienzan a ver los transportes de turistas más típicos de Europa, los hop-on hop-off. Estos colectivos con guías de audio son la perfecta opción para hacer lo que hice durante el viaje (sin hacer ejercicio). Aunque también se pueden pagar a guías o conseguir audio guías para poder recorrer la ciudad, teniendo así más información de la que una persona promedio podría obtener. Sin embargo, mi costumbre de ir descubriendo las cosas por mi cuenta es el tipo de turismo que más disfruto siendo sincero.

Camino por la parte menos cargada de edificaciones en la ciudad y agradezco que ya comience a ser la tarde, el calor del día comienza a bajar poco a poco. Las vueltas que hemos dado nos llevan hacia el “Monumento Nazionale a Vittorio Emanuele II”, un monumento conmemorativo en honor al primer rey de la Italia unificada. Su construcción en algún extraño sentido me hace pensar en la casa blanca de Washington; sin embargo, la enorme estatua que se alza frente a la blanca estructura lo diferencia fuertemente.

Giro hacia la izquierda del monumento para comenzar mi camino hacia la denominada maravilla del mundo antiguo. Pero antes de eso observo algunas cosas interesantes: La columna de Trajano, la primera expresión de arte romano creado autónomamente para celebrar la conquista de la actual Rumania (Dacia); El foro Romano, donde se ve como las diferentes civilizaciones se construían una encima de la otra; y el foro de Augusto, como una extensión de los otros dos foros (Romano y del Cesar) en busca de poder proporcionar espacio para los procedimientos legales que saturaban a los anteriores.

Personalmente, la columna de Trajano se me destaca por como parece un espiral que nace del suelo formando una columna y deja ver una pequeña plataforma bajo la estatua que la corona. Se dice que una bella vista del lugar se logra desde ese punto, sin embargo, con la construcción de una nueva línea de Treni se obstruye un poco lo bello.

Por otro lado, los foros me hacen percatarme de que los romanos no eran tan distintos a nosotros a la hora de debatir sus problemas. Sus lugares de debate, los foros, les permitían conversar sobre sus ideas, hasta que llegaba el tiempo de enterrar la civilización antigua y crear una nueva sobre los cimientos de la anterior, debatiendo nuevas ideas. Hoy nosotros comenzamos a utilizar una red, en donde nos comunicamos y expresamos nuestras ideas; hasta que esta se vuelve anticuada y nos trasladamos a una más moderna donde podemos expresar nuestras ideas de manera diferente. Aunque a diferencia de los romanos, tenemos una ventaja crucial que ellos no poseían: el anonimato.

Finalmente, tras admirar estas estructuras continuo mi camino, observando como diferentes estatuas de algunos Cesares se alzan en las veredas. Algo de mucha importancia para el lugar, al cual nos dirigimos. El Coliseo Romano, famosa maravilla del mundo antiguo y conocido lugar de entretenimiento para las sociedades antiguas. Su estructura circular, es cubierta por unos enormes maderas que indican la construcción del subte. La modernidad unida con la antigüedad en la proximidad de unos metros. Esta edificación es curiosa y aterradora.

La arquitectura es algo que siempre me ha sorprendido en las culturas antiguas, aunque supongo que tener miles de esclavos bajo el comando de una persona facilita el proceso de transporte en una época sin automotriz. Por otra parte, un escalofrío invade mi cuerpo al pensar en todos los combatientes caídos en un lugar como este. Pero, el detalle más impresionante es que, a pesar de que el imperio romano haya caído, el uso del Coliseo siga siendo llenarse de personas; aunque el entretenimiento interior haya cambiado a uno más apto para todo público.

Subo poco a poco hacia mi siguiente destino. De una tumba gigantesca a una más pequeña, el Moisés de Miguel Ángel. Tumba encargada a Miguel Ángel por el papa Julio II, la cual casi 30 años después de la muerte del papa seria entregada. La figura central de Moisés hecha en mármol posee, como es usual en las obras de Miguel Ángel un lujo de detalles impresionante (su mayor expresión se verá en cómo se genera en los iris que son a penas perceptibles a una gran distancia, pero al acercarse lo suficiente se pueden ver marcados en la estructura).

La brillantes del pulido mármol, me maravilla, aunque no siento que la oscura iluminación de la iglesia lo deje brillar en su máxima expresión. Y a pesar de haber venido a ver dicha estructura, me concentro en un detallada estatua del exterior que muestra la imagen de un hombre desnudo cubriéndose la cara y cruzado de piernas. El detalle de la figura más la oscuridad de la situación se ven potenciados en el color negro de la propia estatua. Una expresividad mucho más clara que la del Moisés que parece simplemente ignorar que se “sienta” sobre un difunto.

- ¿Paramos a merendar algo, así descanso un poco y vemos de mirar como organizamos la vuelta? – pregunta mi acompañante mientras descendemos nuevamente en dirección al Coliseo. Asiento con la cabeza y terminamos sentados en un deck que hay sobre la vereda observando la maravilla del mundo antiguo alzándose frente a mis ojos.

Tras volver sobre nuestros pasos llegamos nuevamente a “Piazza Venecia”, la cual es el lugar donde las cinco calles principales de la ciudad se unen. Si la famosa frase es todos los caminos llevan a Roma, pues podríamos decir que las calles centrales nos llevaran siempre a “Piazza Venecia”. Y se encuentra situada a los pies de la colina capitolina, que tras caminar unos metros muestra una enorme escalinata, con dos enormes leones egipcios sé puede vislumbrar y al acercarme observo que lleva a la parte superior de la colina.

A pesar de no subir a la “Piazza del Campidoglio”, vago recuerdos de la parte superior de la colina capitolina circulan por mi mente. Sin embargo, dos razones hacen que no me interese en subir. La primera es que mi acompañante desea cuidarse un poco ya que su rodilla no está en el mejor estado, y la segunda es que no se encuentra entre lo mejor que ha hecho Miguel Ángel Buonarotti por la cultura italiana. Aunque si lamento no poder sacar una fotografía de la estatua de Bronce de la Luperca, la cual representa a los jóvenes Rómulo y Remo amamantándose de la leche de “La Loba”. La Luperca me hace pensar en lo épico de dicho relato, algo que generalmente me fascina y emociona, hasta que mi mente escritora se pone critica de cómo de posible es el relato o los hechos que se cuentan.

El camino continua y llegamos hacia el “Teatro di Marcello”, uno de los primeros espacios escénicos permanentes de la capital. Su estructura circular es bastante interesante, ya que ha sido restaurado muchas veces tras algunos incendios. Posteriormente a su construcción el teatro también sería usado como fortaleza en la Edad Media al encontrarse cerca del rio.

El lugar solo me llena de recuerdos, pues en mis anteriores viajes siempre iniciaba el paseo por la ciudad desde este punto. El colectivo nos dejaba en frente y desde allí nos dirigíamos hacia el coliseo o el centro de la ciudad. Contrario a mi antiguo yo, camino en dirección al rio para encaminarme hacia los últimos puntos que visitare en el día.

Llegando hacia el rio descubro la “Bocca de la Veritta”. Una antigua mascara de mármol en una pared con forma de un hombre barbudo, el cual tiene huecos en sus ojos, nariz y boca (posiblemente una representación de Poseidón). En este lugar, según la leyenda, se dice que se comprobaba si decías la verdad; ya que, si colocabas tu mano en el hueco de la boca y mentías, perderías tu mano al instante. Para mi fortuna solo logro verla desde el exterior, porque el edificio donde se encuentra está cerrado.

Debato posteriormente con mi madre, qué tan chismosos deberían ser los romanos. Porque siendo sincero, estoy bastante convencido de que tras esa mascara de mármol habia una habitación donde alguien se escondía y cortaban manos según los rumores de la ciudad. Así que supongo se debería cultivar una manipulación de la información, si deseabas que tus enemigos quedasen mancos.

El día de turismo me lleva a bajar a bordear el rio, me relaja que el agua clara fluya frente a mis ojos. En medio de este rio hay una pequeña isla donde se puede comer y en donde hay varios eventos culturales. Se llama la “Isola Tiberina” y alberga el templo de Esculapio un dios romano de la medicina. Esta isla corta el rio Tíber en dos y siempre me ha parecido que tiene una forma similar a un ojo. Lo que llama mi atención al pasar por en medio de la isla, es que se promociona un festival de cine llamado “Isola del cinema”. Me parece ingenioso el uso de palabras para el festival, más siendo que se trata de la 26va edición de este. 

Finalizo mi día volviendo con mi acompañante en dos colectivos que nos llevan al hotel a descansar. Lo que me sorprende es el tamaño del transporte, ya que es bastante más pequeño a mi parecer que los que se encuentran en Buenos Aires. El simple hecho de que lo pueda recorrer completo en aproximadamente 6/7 pasos largos me hace reflexionar. Pero lo más confuso de este transporte no es el tamaño de este, sino que los colores de exterior son similares entre tres líneas diferentes, así que miro detenidamente el frente del transporte para asegurarme de que me tome el correcto antes de subirme.

Mi plan de cenar una buena pizza italiana se ve frustrado, al percatarnos de que el restaurante cerca del hotel solo acepta reservaciones. Cumplo con mi disfraz de turista yankee, entrando al restaurante en el hotel y pidiéndome una hamburguesa para cenar. Tras la cena subo a la habitación y me recuesto en la cama. Mis pies están destrozados, ya que el sedentarismo habitual no me da un buen estado en forma como para hacerme 22 kilómetros a la ligera. Sin embargo, tras acomodarme y dormir bien me levanto energizado.

Regreso al hogar

El día de la vuelta llega monto mi equipaje nuevamente en un colectivo, que nos deja en el aeropuerto de Fiumicino. El proceso de pesar mi valija es rápido y comienzo a dirigirme hacia el chequeo del equipaje que llevare a bordo. En este caso, lo interesante es que además de mi mochila y mi buzo; debo dejar mis zapatos en la cinta transportadora. Esto lleva a cruzar un detector de metales descalzo, pero me viene bien para no estar tan acalorado.

Migraciones por suerte se pasa volando, ya que no hay tantas personas porque el lugar es mucho más espacioso y amplio. Llegando tras un breve chequeo de mi identidad el segundo sello se pone en mi pasaje, me permite irme en dirección a la puerta de partida de mi vuelo. Pero antes de eso tengo que traspasar el Duty Free Shop, que en este aeropuerto debes atravesarlo por el medio para llegar a las terminales y no solo eso tienes que atravesarlo, sino que además al salir no sabes si te encuentras en Fiumicino o en Unicenter porque en ambos pisos hay negocios de ropa, de comida y de revistas como para aburrirse.

Ignoro eso y me voy a la puerta para repetir el proceso del viaje para volver. A pesar de la necesidad de hacer una declaración jurada nunca me es reclamada, así que, tras recuperar mis valijas al llegar a Buenos Aires, me puedo ir a casa tranquilamente a retomar mi vida “normal”.

R.A.MONSERRAT

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